En 1813, el recién retornado monarca español Fernando VII, el que según la canción llevaba paletón, fue invitado a la inauguración del curso académico de la Universidad Complutense, sita aún en Alcalá de Henares. El rector de la magna institución, cuyo nombre no voy a desvelar –pues se dice el pecado y no el pecador y uno, aunque en los tiempos que corren esta actitud está cada vez peor vista, todavía respeta la ley del recreo (la de palo al chivato)–, finalizó su discurso con una sentencia que marcaría por generaciones la vida pública del país:
“Nada más lejos de nuestra intención, majestad,
que la funesta manía de pensar”.
En abril de 2006, cuando reiniciamos la andadura de esta página, las palabras del rector complutense resuenan con más fuerza que nunca. Si pensar nos traerá ruina o pesares, elevemos al aire nuestro grito de "¡Muerte a la inteligencia! ¡Viva la muerte". Si pensar nos traerá ruina y pesares, y la adulación riquezas y alegrías, ¡adulemos y repitamos las ocurrencias del poderoso!
En estos tiempos que corren, en los que en nombre de la libertad de expresión se cierran periódicos, en nombre de la democracia se clausuran partidos, en nombre de la paz se bombardean países y en nombre de los derechos humanos se practican genocidios, las palabras del viejo rector se tornan en un consejo vital ineludible, en un aviso para navegantes.
Nuestra terca actitud nos traerá ruina y pesares, pero así son las manías.