Fraternidad política
 
Haga como yo, no se meta en política. No merece la pena, no le traerá nada bueno. Rebusque, mejor, en su árbol genealógico, localice a todos sus posibles hermanos (sin ser demasiado estricto a la hora de hacer descartes, pues los bastardos vienen bien en la misión que nos ocupa), inscríbase en el mayor número posible de hermandades y cofradías haciendo, si es preciso, la vista gorda ante las que defiendan valores contrarios a los suyos (de usted y de la hermandad), recuerde e imite a San Francisco de Asís y a las estrellas del hip hop y llame hermanos a todos sus semejantes, a los que no lo son tanto e, incluso, a los que tengan el blanco de los ojos de un color diferente. Incite a sus hermanas a casarse, al menos, una vez al año y mantenga una espléndida relación con todos y cada uno de sus ex, pues el hecho de que la familia no se mantenga no es motivo justificado para romper los sagrados vínculos familiares. Aproveche la lengua, la sangre, la leche, la carne, el trabajo, el patio, el barrio, el bar, el equipo de fútbol, el padre o, incluso, la madre para hacer nuevos hermanos. Deje de llamar primos, aunque crea que lo son, a sus primos hermanos. Llámelos sólo hermanos aunque le sirva para ganarse la enemistad de sus tíos.
Acuda a su ayuntamiento y consulte la lista de ciudades hermanadas. Desplácese, sin reparar en gastos, a las urbes hermanas y explique a cada uno de sus ciudadanos que, aunque lo desconozcan como usted hace poco, sus ciudades están hermanados y que ustedes son, por tanto,  hermanos por vía municipal. A su regreso, escriba a su alcalde pidiendo, junto a sus excusas por meterse en política por primera y última vez, que su ayuntamiento se hermane con todas las ciudades con las que tenga oportunidad y con parte de las que no tenga. En el caso que la tenga, haga lo propio con las localidades hermanadas con la de su segunda residencia, y no se preocupe si no la tiene porque si sigue mis consejos, pronto tendrá tantas segundas residencias como quiera.
Reúna a todos sus hermanos sin preocuparse por la falta de espacio en su salón comedor y pídales que se metan en política, que usted lo haría si no tuviera que ocuparse de los asuntos privados de tan gran familia. Compruebe la diversificación de sus nuevos hermanos políticos y dedíquese a disfrutar, que si quién tiene un cuñado en el ayuntamiento tiene un tesoro, con los que tendrá usted, convertirá Groenlandia en su particular isla del tesoro. ¿Comprende por qué no es bueno meterse en política?
Carlos Plusvalías
Impresiones de un señor de derechas
miércoles 2 de noviembre de 2005