Solución Infalible
 
Razonablemente o no, de entre las profesiones posibles, la de gastrónomo es una de las más envidiadas. El hecho de cobrar un buen dinero por hacer un par de comentarios no necesariamente bien documentados mientras das buena cuenta de un pernil de cerdo negro en perfecto estado de curación o un bogavante gallego que en la vida olió el chapapote, genera envidias ajenas y vanidades propias. Pero si el gastrónomo realiza analítica y metódicamente su documentación, es decir, come y bebe en vez de catar, a las envidias ajenas y vanidades propias, se suman la obesidad mórbida y el hígado graso.
Otro momento sería más severo al juzgar las dañinas consecuencias morales (malsanas envidias y vanidades) que las dañinas consecuencias patológicas (malsanas obesidad mórbida e hígado graso) de la profesión de gastrónomo. Éste, definitivamente, no.
Cuando en el siglo XVII se producen trascendentales debate en el seno de la curia sobre si el chocolate o los caracoles rompen o no el ayuno de los clérigos, nadie se plantea las virtudes nutricionales de estos alimentos. Las tres orondas hijas de Zeus y Eurymone pintadas por Rubens no suponen una peligrosa influencia para las jóvenes de la época a modo de predecesoras en negativo de Kate Mosh. Hasta hace bien poco, ser gordo era sinónimo de tener comida en abundancia y dar buena cuenta de ella con alegría y despreocupación, mientras ser flaco era ser escuálido y, fundamentalmente, pobre y por ende hambriento. Eran tiempos de negras sotanas. Batas blancas y trajes de ejecutivo aún ni soñaban con dictar las normas dietéticas y morales.
Cuando Keys descubre la maldad del colesterol analizando a los bomberos de su pueblo, disfrutar de un honesto cocido o de una humilde cazuela de callos se convierte en una actividad tan temeraria como conducir en sentido contrario en la Nacional I o trabajar en el piso 76 del World Trade Center. A partir del magno descubrimiento, al inicio de cada temporada, la logia de la blanca bata prepara la estrategia que aplicarán cuando la primavera levante la veda de la caza del gordo. Un gordo que tiene ante sí la difícil elección entre la gula y la lujuria, olvidando que éstas son perfectamente compatibles, toda vez que nadie está obligado a optar entre envidia y avaricia.
La amenaza de una grotesca imagen en bañador le llevará a pasar toda clase de privaciones y calamidades para acceder al paraíso de los dietéticamente correctos. En su último intento encontrará, al fin, la solución del enigma: un método infalible para perder 25 kilos en unos minutos y no recuperarlos nunca. Arrancarse una pierna.
Solucionado, pero ¿dónde quedó la lujuria?
Carlos Plusvalías.
Impresiones de un señor de derechas
martes 12 de julio de 2005