Bermudas bursátiles
 
En los tiempos que corren, cuando la ciencia no es capaz de hacernos entender determinados fenómenos extraños tiene dos opciones: inventarse una solución o atenerse a su derecho constitucional y negarse a dar explicaciones, no se dé el caso de que nadie las haya pedido y se conviertan así en acusaciones manifiestas. Se encuentra así la ciencia ante el dilema de ocultarse para mantener la apariencia de que todo está bajo control o, para evitar engorrosas acusaciones, mostrar una transparencia desdeñosa que, aunque le cree una terrible imagen de borde, la aleje del ocultismo. En muchas ocasiones, especular sobre cuál fué la conducta seguida por la ciencia en esta encrucijada nos perpetúa en el dilema.
De todos es sabido que cuando sube la bolsa alguien se embolsa muchos millones, pero las explicaciones son poco precisas cuando los índices del parqué bajan y el dinero invertido en acciones, obligaciones y warrants desaparece como por arte de magia. En estos momentos de angustia, cuando acudimos a nuestro asesor financiero en busca de una explicación científica que nos ayude a encontrar noticias sobre el paradero y estado de salud de nuestros fondos queridos, el dolor nos impide reflexionar fríamente sobre el análisis de nuestro economista de cabecera. Difícilmente aceptaríamos de buenos modos la transparencia científica de un escrupuloso asesor bursátil que nos dijera que no tiene ni idea de dónde han ido a parar los ahorros que hace apenas dos semanas nos recomendó que colocáramos en aquel valor seguro, y quizás sea esta actitud agresiva nuestra la que le invite a ofrecernos la visión parapsicológica del asunto. En la parte occidental del Océano Atlántico existe un triángulo que une en línea recta las islas Bermudas, Puerto Rico y Fort Lauderdale, donde el diablo engulle con deleite los valores bursátiles que se pierden por allí. Hasta hace pocos meses la posibilidad de que estos activos financieros se mantuvieran con vida era nula, pero últimamente, aunque vana y difusa, la esperanza de que no hayan muerto y se encuentren confinados en la vecina base de Guantánamo se extiende poco a poco. Es entonces, cuando comprendemos que la desaparición de esos ahorros está plenamente justificada y es absolutamente necesaria para la pervivencia de nuestro sistema, cuando el dolor por el pródigo hijo perdido amaina ante la satisfacción agridulce de haber contribuido a la guerra contra el terrorismo. Quizá la explicación no tenga la precisión y objetividad propia de la metodología de las ciencias, pero, seguro, dormiremos más tranquilos y el científico se ahorrará una engorrosa visita a urgencias.
Calos Plusvalías
Impresiones de un señor de derechas
miércoles 29 de junio de 2005